2 nov 2008

La Tempestad


Y las garras felinas se empeñan, en no dejarme dormir. Y tienen el control de mi conciencia cuando caigo en el plano del sueño. Y rasgan el telar de la memoria para enhebrar nuevos tapices imaginarios, pero que siento como míos.

Hacía mucho tiempo que no se acercaban tempestades. Hoy veo como lo hacen a grandes velocidades, sin acuse de derribo, sin avisar. Puedo observar como arrasan con todo aquello a lo que me puedo aferrar. Y espero en pie, desnudo ante su crueldad infinita. Espero sus consecuencias. Y no espero que me salves, porque es demasiado tarde.

Y no lucho, pues entraría en el ámbito de los gladiadores, y de gladiadores esto está demasiado saturado ya como para entrar en su absurdo juego. Y creen que luchando conquistarán la tormenta, y no saben que es la tormenta la que decidirá quién la coronará, y quiénes yacerán en el campo de batalla. Y espero en pie, desnudo ante su crueldad infinita. Espero sus consecuencias. Y no espero que me salves, porque es demasiado tarde.

Nacen nuevas costumbres, que no hacen si no debilitarme ante la inminente tormenta. Y surgen nuevos hábitos que me envuelven en una falsa seguridad de delgadísimo cristal. Y cuando se rompa me cortará, y el viento se llevará mi sangre, para dársela a otra tormenta, que llegará a ser mi tormento.

Sabes que todo esto es inevitable, sabes que nunca me dejé engañar por los cantos de sirena, sabes que no soy un gladiador, y por supuesto, sabes que ya todo se ha colapsado, nada puede cambiar el fatal desenlace.

Porque nos encontramos en un callejón sin salida, yo espero en pie.
Porque me debastó el primer encuentro, yo espero en pie.
Porque mis deseos se disolvieron en tu resplandor hace ya algún tiempo, yo espero en pie.
Porque cada nuevo día está más cerca de la colisión, yo espero en pie.
Porque sí, yo espero en pié.

Y ya se alzan los gladiadores, y se cubren con sus grandes escudos. Las armaduras pesan, los metales aúllan cortando el viento. Los gritos de guerra se expanden en cadena. La atmósfera se inunda de infinita densidad. Nuestros ojos ya no pueden ver: la tempestad nos ha alcanzado.

Y Tú sabes que no soy un gladiador, y sabes que hoy muero por nuestras circunstancias. Y sabes que volverán las oscuras golondrinas, pero no las que nos vieron encontrarnos por primera vez. Sabes que esas no volverán.

Y espero en pie, desnudo antes su crueldad infinita. Espero sus consecuencias. Y no espero que me salves, porque ya, es demasiado tarde.


Jose Lun

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