14 dic 2007
La ida perpetua
Jose Lun
Cada vez es más fuerte, cada vez se hace más insoportable. Sin embargo encuentro en mí un vacío necesario que expande los nodos de mis divagaciones a un plano mucho más inconexo que este al que apodamos "realidad".
Al mismo tiempo, vuelve a mí una taquicardia contenida. Contenida porque los factores que nos unen son precisamente los que nos alejan, y probablemente en otro lugar, en otro tiempo u otra galaxia coetánea a ésta hubiéramos iniciado algo muy distinto, mucho más intenso y definitivo.
Entonces es cuando la lluvia de asteroides ocurre precisamente en el centro de mi hipotálamo, porque mis sinapsis neuronales no encuentran la combinación exacta para una liberación masiva de endorfinas que me hagan sentir completo en tu presencia. Por el contrario, ante ti me parto en dos, divago por espacios mentales abigarrados e inconexos, dando lugar a reflexiones tan precisas como ésta misma. Pero, al fin y al cabo, sólo es un pequeño fragmento de un mundo interior cuyos límites son inexplorables:
La ida perpetua.
El turborreactor incandescente elevó nuestro vehículo espacial mientras ella se encargaba de supervisar los detalles mínimos, aquellos en los que nosotros nunca repararíamos. Era precisa, exacta. Era preciosa, perfecta, una diosa materializada frente a mí: era mecánica.
Pasando cerca del Cinturón de Andrómeda, pude vislumbrar un rastro de oscuridad en sus ojos de silicio. En un principio, el blanco mental me distrajo unos segundos antes de llegar a comprender que estábamos a punto de desaparecer.
Era la perspectiva de la muerte lo que iluminó aquel instante, porque pude comprender la importancia de los detalles a los que nunca había prestado atención. Ella se encargaba de aquello, y para mí era algo superficial y secundario. Sin embargo no era trivial, no, era totalmente fundamental, y yo no supe verlo a tiempo. Gracias a mi ineptitud e incompetencia destrocé el vínculo que ella y yo habíamos establecido, porque llegábamos a intimar mediante una sola mirada, más que si hubiésemos yacido entre sábanas de seda. Tan solo con dos besos de despedida, fundíamos nuestros mundos abstractos, mucho más que si nos hubiésemos bajado los pantalones en el servicio de algún pub interestelar. Todo aquello que tenía con ella, lo había destrozado, porque no supe percibir la importancia de los detalles mínimos.
Y precisamente ellos, los detalles mínimos, se introdujeron por mi nariz cual microorganismo vírico filtrándose a la sangre e infestando mi ser completo. Lo más pequeño fue superlativamente mortal. Mis ojos siempre miraban a los peligros colosales: siempre pendiente de asteroides, campos gravitacionales infinitos de agujeros negros, presión, aire, temperatura...
De los detalles, se encargaba ella...
Cuando mis órganos vitales cesaron en su actividad, comprendí que la muerte no era otra cosa más que un cambio de estado, y que la inexistencia no podía existir, porque esto sería una contradicción, y precisamente me movía por mundos tautológicos, verdades absolutas en un álgebra de Boole cíclica y perpetua.
Las bases de mis pensamientos han caído, ahora solo puedo esperar volver a encontrarme contigo en otro plano, en otro tiempo, y bajo distintas circunstancias. Será entonces cuando quizás podamos escribir nuestra historia como debía haber sido, y como sin embargo nunca llegó a ser.
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1 comentario:
tu grito llegó hasta mi blog, y lo que más me impresionó fue la primer imagen del post... pensé... llegué a mi hogar?...
pero no..
saludos
01
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