Me encuentro en la orilla, bajo el acantilado. Esta tarde en la que las nubes negras han oscurecido todo hasta estos tonos plomizos escucho un suave cantar en la lejanía, en el horizonte.
Proviene de él una suave y cálida voz femenina como nunca antes escuché. Y pasa el tiempo y nace dentro de mí una enorme adicción a la melodía del misterio y el cantar: cuando escucho siento el sol ausente calentar mi sangre, el viento templado desde el oeste y los brazos de los que ya no están protegiéndome de la adversidad.
Por unos instantes cesa la voz celestial y entonces llega la taquicardia, el sudor, la desorientación, desesperación miedo y sentimiento de perdida colosal. Las olas crecen, el cielo oscurece aún más y el olor a sal satura el ambiente. Estoy a punto de desfallecer.
Pero no, retornan los cantos y puedo ver a la mujer más esperanzadora de las que pueda haber visto la humanidad, esperando en la línea del horizonte, lasciva y semidesnuda mojada. Me invita a acercarme sin dejar de cantar. Y muestra lo que quiero ver, me seduce y parece prometerme todo cuanto deseo. Sin pensarlo me desnudo y me lanzo mar adentro, no paro de nadar, el cantar es cada vez más fuerte, está cada vez más cerca.
La línea de la costa ya no es visible desde aquí, el mar se torna enfurecido y la oscuridad se acrecenta conforme me adentro más en las aguas. Ella se encuentra a unos cuantos metros de mí, pero ahora su sonrisa es distinta, sobrecogedora, y se mantiene en un absoluto silencio, los cantos han desaparecido y se acerca hacia mí. Y no puedo resistir, cierro los ojos y acerco mis labios, escucho un susurro extraño, abro los ojos y no está, algo arrastra mis pies hacia el fondo, me hundo, me hunde, ella me hunde, quiere mi alma, mi aura ,para alimentar su voraz apetito de venganza perpetua y ahora sé que ella no es lo que esperaba. Suavemente me mata, suavemente me arrastra hacia la negrura eterna y la agonía es infinitamente dolorosa.
Ahora ya casi no puedo mantener mi consciencia, el oxígeno se consume en mis venas y la vida me abandona. Y muero a manos de mi sirena, agonizo en larga tortura, pierdo todo cuanto fui y pude llegar a ser y, sin embargo, no me explico cómo mientras pierdo la vida, sigo amándola infinitamente.
Jose Lun
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