Son las pequeñas cosas, esas en las que pocos reparan, las que pocos tienen en cuenta, son esas las que encuentro más fundamentales, las que son más determinantes. Será por eso que siempre tengo la impresión de perderme en los detalles, en las minucias de un gesto, una mirada o en la fuerza con la que son proyectadas las palabras en cualquier tipo de intercambio verbal.
Los gestos, el lenguaje corporal y el tacto.
Son imperativos, la ventana a lo que está sucediendo dentro, un resquicio del subconsciente corregido por los factores culturales pertinentes en cada individuo. La pericia para lograr desencriptar este increíble e infravalorado lenguaje depende mucho de la afinidad, depende de la importancia que cada individuo le confiere, aunque es posible que la torpeza con la que nos movemos en este ámbito, sea superlativa.
Es curioso cómo las relaciones o momentos más intensos que llegamos a vivir, siempre se consuman a través del lenguaje corporal, y por supuesto el tacto y contacto. La única alternativa que tenemos para estar físicamente con otros, de forma no virtual, es el tacto. Tocar es interactuar, es vivir, tomar consciencia de la presencia física de nuestro entorno. La visión es totalmente virtual, no nos acerca al mundo, tan sólo nos lo representa, pero por lo demás, no nos garantiza la existencia de lo que nos rodea. El tacto sí.
Con esto no quiero decir que se sobrevalore el sentido de la vista, si no que se infravalora al tacto, y quizá no nos detengamos a reflexionar lo suficiente como para darnos cuenta de que sin él, nada tendría sentido, todo sería un absurdo absoluto.
De vuelta a los detalles.
Lo que puede parecer trivial, al final suele resultar que es precisamente lo que provoca los cambios de estado importantes o trascendentales en la vida de uno.
Puedo reconciliarme con un gesto adecuado, con un beso fugaz, o un leve contacto infinitesimal, pero pocas veces a través de palabras, o de pesadas conversaciones tediosas e interminables transformadas en debates, en una carrera de ratas hacia el precipicio.
Encuentro poco probable un cambio de actitud social con respecto al lenguaje corporal en una sociedad en la que somos bombardeados por estímulos visuales y sonoros. El tacto, el contacto, lo único que nos acerca, que nos libera de nuestro mundo interior, tristemente, queda y quedará siempre relegado a un erróneo y peligroso segundo plano. Deberíamos tocarnos más.
Jose Lun.
1 comentario:
Más allá del ballet que impone la norma social, la coreografía de la cortesía y el buen gusto, el gesto es intuitivo. Nos dice cosas esquivando los mecanismos de la razón, evitando el procedimiento de la lógica.
Un gesto nos provoca sensaciones, nos transmite realidades sin revelarnos cómo ha llegado ese conocimiento hasta nosotros. Simplemente lo sabemos.
No sé si deberíamos tocarnos más, pero creo que deberíamos confiar más en nuestra intuición.
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