21 nov 2009

MINERVA

Se me disparan los niveles de obscuridad en las retinas, luego de atravesar esta infame claridad blasfema impresa en tu figura colosal.

Y nos transfiguran estos ataques de canibalismo lascivo, violento, primario y retórico. Llegamos a cuerpo incandescente dentro de la más absoluta redención impuesta a nosotros mismos, simplemente por querer aprender a sentirnos un poco mejor.

Y estás, Minerva, clavando los ojos en territorio bélico desde el borde de la cama a la pared. Porque hoy nos miras, te pretendo un encargo: que secuestres al casposo y flácido Cupido.
Y te pido que lo tortures y envenenes con su propio desaliento, y le hundas una a una las puntas de sus flechas injuriosas en el centro de su pecho pueril.
Y te pido Minerva, que lo hagas lentamente, y que sienta en su propio ser el escándalo del desamor y del romanticismo encontrado. Que sufra la interminable sed de la oquedad, te pido Minerva.
Que desde aquí y asumiendo todas las consecuencias, le declares la guerra formal de nuestra parte a partir de este preciso momento y con vigencia indefinida.

Y que impongas la pena capital a los arqueros del amor. Que les cortes las alas, y los cuelgues frente al pueblo. Es hora de librar al purasangre de su carga inmerecida, y acabar de una vez por todas con lo que nos ha herido.

Cupido no es quien dice ser, si no la viva y mordaz imagen del desfalco, del fraude y la usurpación. Cupido toma el poder a golpe de estado y apostado en francotirador, escondido, cobarde y apocado. Es el peor de los terroristas, matando lentamente, embaucándonos de espejismos y falacias hasta hacer saltar el resorte que estalla en nuestras fauces.

Y te ruego Minerva, que restablezcas nuestro orden emocional, porque no estoy dispuesto a consentir una sola burla más de los mensajeros del desamor. De ellos no quiero saber más, y por eso te imploro Minerva, que despliegues tus tropas, que desempolves tu arsenal y que des caza a los vendedores de tragedias, para que nunca más se vuelvan a acercar a nosotros, y nos dejen estar, tan solo, en el lado pasional de nuestros cuerpos.
Y la emoción, arrojársela a Cerbero, y que quede allí, hasta que el olvido la devore.


Minerva, que por esto te imploro, que sabes te rindo pleitesía, y que cada día de esta cruda existencia, estaré en deuda con vos.


Jose Lun.

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