18 jun 2010

Tu aplauso

Malas noticias: mis manos se contraen sobre si mismas y existen vacías de necesidad.
¡Emergencia!: la luz de mis ojos sedimenta la radiación de tu hemorragia verbal.

Las curvas adolecen y se abren paso a través de los surcos de la piel castigada, porque no presté atención cuando hablabas, y ahora, desde el fondo del espíritu radiante, pienso seriamente en cambiar de opinión.

Pero no puedo sustentar todo esto, todo lo que me das, en dosis crecientes de imaginación y falsedad, porque ya no es placebo, ni causa aprensión alguna en mis nervios.
Y son ellos los que coartan mi libertad, y me relegan al último inmerecido puesto, aún cuando mi aleta dorsal sobresale por encima de las demás y gana potencial a cada instante.

Después, sumido en un sueño intermitente puedo ver como se derrumba el castillo de naipes una vez más, y tendido en el suelo me encuentro recordando que todo esto ya había pasado antes, pero esta vez, no era un simulacro.

Como Lázaro me levante y caminé con el agua al cuello, pero con el voraz instinto de supervivencia más primario y cruel. Por eso mismo pude recomponer parte de mí, pero sin embargo, el precio era el vaciar de la memoria, que por momentos se extendía a quemarropa y ardía en increpante tono perturbador, como echando la monserga del progenitor. No aprendemos.

Malas noticias: mi pulso se debate entre el oleaje de la sangre, en tormenta continua y progresiva.
¡Emergencia!: las fuerzas me fallan y caigo de rodillas sobre el mármol de tu indolencia indiferente.

Ahora sé que todo cuanto sentías no era más que el atrezzo de esta obra teatral. Aquel vestido de soledad no era más que una excusa para infringir todo el daño, y concentrarlo en un pequeño punto de presión colosal. Y con resistencia espartana abría tus ojos cada mañana para comprobar si habitaba alguien en ellos. Por supuesto, nunca nadie contestó.

La perplejidad vespertina nubló mi juicio, y una vez más me abandoné a la sobriedad de la ausencia y el eco en las paredes, siempre azules. Por eso todas las conchas que encontraste en la orilla estaban quebradas. Por eso todas las palabras que te dediqué se encuentran dispersas en mil prefacios inconclusos. Por eso el romanticismo enfrentado, jamás capitulará.

Malas noticias: la temperatura de mi cuerpo desciende sin tu aplauso y vibración
¡Emergencia!: a estas alturas ya he entendido que este ozono me envenena.

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